por Milagros Aguirre
“La artista abandona el metal para trabajar con material reciclado, fibras naturales, retazos de tela, resinas y transparencias. Shirma Guayasamín hace móviles de enormes proporciones pero con liviandad y transparencia.
Mundo DINERS
Esculturas orgánicas: Shirma Guayasamín.
El taller de Shirma Guayasamín (Quito, 1957) es un peculiar laboratorio: hojas y flores secas, tallos, ramas, retazos de tela y de yute, fibras naturales y artificiales, gelatinas, acrílicos, resina epoxi, engrudo. En su departamento de grandes ventanas se ve el Pichincha, las casas y luces que han ido trepando silenciosamente por la montaña e irrumpiendo en el verde esponjoso de lo que queda de bosque. Ese paisaje se ha reflejado en algunas de sus últimas obras, sobre todo en una muestra que llevó el nombre de Cúmulo y que se exhibió en la galería +Arte.
Esa obra, tejida con fibras, marcó de alguna manera una ruptura en su propuesta creativa: Shirma Guayasamín cambió el metal con el que trabajaba sus esculturas por fibras textiles y vegetales. “En este camino, me valgo de un lenguaje propio. Con materiales encontrados, reciclados o adquiridos, creo paisajes inéditos donde la materia orgánica e inorgánica se unen”. Lo explica mientras revisamos tejidos y nudos en los que trabaja, así como piezas pequeñitas con las que experimenta pues está abandonando materiales tóxicos (plásticos y resinas) para encontrar soportes más amigables con el medioambiente, como las gelatinas o la pega.
“¡Vuela alto!”, metal, 2014.
De la etapa de metal, su escultura más conocida es “¡Vuela alto!”, una obra de enorme formato que se encuentra en uno de los enlaces viales del intercambiador que une la Interoceánica con la Av. Simón Bolívar. El cóndor, en pleno vuelo hacia la zona de los valles, está hecho en hierro, cobre y acero inoxidable, y mide doce metros de alto.
Su obra actual más bien tiene que ver con la naturaleza y, a la vez, con su transformación. Este proceso inició en 2016 y 2017 con una obra titulada “Floraciones singulares” donde las fibras se vuelven protagonistas. Desde entonces la artista va “destejiendo los hilos de la memoria". Luego, en pandemia y el confinamiento de 2020, en la comodidad —y complejidad— del encierro, y también con un propósito: aplicar a una residencia artística en Valencia (que finalmente no cuajó). Cada paso de su proceso iba siendo documentado y compartido en redes sociales, en un blog, en Instagram, en una especie de diálogo entre la naturaleza y los medios contemporáneos.
Cúmulo fue el resultado de ese trabajo, una serie de piezas que fueron curadas por Gabriela Moyano, con quien ha continuado un camino de exposiciones: de +Arte al escenario del Itchimbía y luego a la galería Saladentro en Cuenca. “Ocultos bajo el evidente atractivo de la flora, se encuentra un estudio de formas y materiales que convergen en su cotidiano resultando esculturas que son decididamente indefinibles en términos de su forma”, escribe Gabriela Moyano en el catálogo de la artista.
Mientras señala las fotos de su bosque seco, un móvil enorme, Shirma explica que “en mi observación e interacción con la naturaleza creo un espacio, en el que me permito estudiar y contemplar su belleza, su complejidad. Es un proceso estético que me conduce a la introspección y al encuentro de los procesos de nacimiento, transformación, deterioro y muerte. Exploro las múltiples capas que conducen al núcleo interno de la materia, busco desentrañar la esencia de la creación”.
El arte en las venas
“Diáfana back”, técnica mixta, 34 x 36 x 18 cm, 2017.
En el camino de Shirma siempre ha estado presente el arte: hija del pintor Oswaldo Guayasamín y de Luce Deperon, nieta de Malvine Tcherniak (cuya obra se vio y deslumbró el año pasado en una pequeña galería en Quito). A los genes se añadió el entorno de la galería Artes, de Iván Cruz y Luce Deperon, por donde circularon casi todos los artistas contemporáneos con sus obras y propuestas en los años ochenta del siglo pasado. Sus hermanas también son artistas y cada una brilla con su luz propia: Dayuma pinta y hace grabado (la primera exposición conjunta de Shirma y Dayuma fue en 1980 en la galería Artes) y Yanara es cineasta. Su cuñado Miguel Varea está entre los grandes artistas contemporáneos. Todo ese mundo ha sido el oxígeno que ha respirado la artista en su vida: el arte ha sido como un torrente que corre en sus venas y, aunque no haya trabajado a la sombra de su padre, ha ido tejiendo, con identidad propia, una obra versátil.
Estudió Arquitectura en la escuela de Bellas Artes de París en 1977. Ahí dio también sus primeros pasos en la cerámica. Entonces trabajaba en formatos pequeños y con representaciones clásicas de la naturaleza y de la figura humana. Luego estudió cerámica y escultura en San Francisco y Oakland, y en 1996 completó la carrera de Escultura en Barcelona.
Empezó a incursionar con mixed media, buscando formatos más grandes y más delicados. Fruto de la exploración de materiales con los cuales expresarse con fragilidad, traslucidez, movimiento y sombra, realizó la exposición Cuerpos más allá de los límitesen el Centro Cultural Metropolitano de Quito.
Con el metal definió su predilección por los grandes formatos, y para trabajarlo estudió técnica de soldadura en metal en la Universidad Central del Ecuador. Ahora, con los textiles, se siente más libre y más cómoda.
Luces, sombras y movimiento
A partir de la residencia artística Sculpture Installation and New Media Art, en la SVA, Nueva York (2016), Shirma Guayasamín volcó su atención a materiales que le posibilitan un trabajo en el que predominan las texturas, la transparencia y el movimiento. Combinados con su interés por la naturaleza, esos elementos configurarán Floraciones singulares, exposición individual en la galería ECX, Quito (2018).
Ese mismo año, en el marco de la Fiesta de la Luz de Quito, participó en el Taller de Luz, de Erik Barray. Con esas herramientas, la artista añade un lenguaje adicional a sus esculturas. Juega con ellas y con las distintas formas que emergen de su exposición a la luz. Las sombras se vuelven protagonistas creando una doble lectura entre las piezas escultóricas y la proyección de sus sombras. En esa línea de “obras de luz” está “Destejer la historia, los hilos de la memoria”, Centro de Arte Contemporáneo de Quito; en la exposición paralela de la Bienal de Cuenca, Estructuras vivientes, Cuenca.
Cursó Soft Sculpture en SVA, Nueva York, y empezó a explorar el arte textil con piezas que se exhibieron en la muestra Samay, el espíritu de la selva, Casa de la Cultura Ecuatoriana (2021), y alguna en París.
La liviandad
En su obra siempre han estado presentes el viento y las sombras. Sus esculturas metálicas, esas realizadas con mallas, necesitaban estar suspendidas en el aire y moverse con el viento. Con las esculturas textiles que hace hoy pasa lo mismo, solo que a ese movimiento se suma la liviandad de las piezas. Una pieza de seis metros puede caber en un bolso… La obra se dobla y se mueve. El espectador también puede interactuar con ella, colgarla a su gusto, intervenir en ella.
“Gorgonia”, 87 x 90 x 60 cm, técnica mixta, 2017.
“Lunaria”, 76 x 68 x 26 cm, técnica mixta, 2017.
“Medusa”, 75 x 64 x 75 cm, técnica mixta, 2017.
Un día de trabajo en el taller es “un desorden”, dice la artista. Ella es como el picaflor y también parece ligera: va de un lado al otro, trae una cosa, empieza otra, cuelga una obra y se va a secar otra o a preparar gelatina para ensamblar el pequeño cartucho seco que sostiene entre el dedo índice y el anular. No hace bocetos previos: tiene en su cabeza lo que quiere hacer y lo va construyendo. Del propio material, como si hablara, surge la forma, la textura. La artista construye y deconstruye, trabaja en capas, en transparencias.
“Experimento y sondeo en velos de materias, buscando transparencias, texturas, brillos, creando paisajes inéditos, donde la materia orgánica y la inorgánica se conjugan. En este camino me valgo de un lenguaje propio. Con materiales encontrados, reciclados o adquiridos, creo paisajes inéditos donde la materia orgánica e inorgánica se unen”, cuenta.
“Mediante la combinación de fibras naturales y artificiales, residuos orgánicos e inorgánicos, alambres, cuerdas, lanas, telas, redes y cualquier otro material que recojo, creo paisajes que reflejan la magnificencia de la creación, su interacción con el ser humano, las relaciones con su entorno natural y con mi propio ser”.
Cae la tarde y las luces van poblando el verde de la montaña. Las faldas del Pichincha parecen una alfombra; los pocos árboles que quedan, los nudos. Shirma Guayasamín teje su paisaje personal, con sus naturalezas muertas y con los pedacitos de acrílico. Juega porque de eso va también el arte: de la posibilidad de dejar que los nudos se columpien y que la sombras que se reflejan en la pared cobren vida propia.
Para terminar cuenta, emocionada, que a la muestra del Itchimbía en Quito asistieron cuatro mil personas: “Hay que aprovechar esos espacios para la cultura, reactivarlos”, dice mientras busca la iluminación perfecta para una obra cuya sombra empieza a lucirse en la pared.
Milagros Aguirre A.
"La artista abandona el metal para trabajar con material reciclado, fibras naturales, retazos de tela, resinas y transparencias. Shirma Guayasamín hace móviles de enormes proporciones pero con liviandad y transparencia.”
“Shirma lleva un nombre Shyri, proviene de la comunidad de los hijos del sol, pobladores originarios del centro del mundo.”
“Cara a cara con Rosalía”
Entrevista con Rosalia.